Desde hace un par de años, ha empezado una revolución tecnológica a la que no parece que se le pueda echar el freno, ya que cada pocos meses hay una nueva innovación dispuesta a alterar todo de cuanto disponemos y más, pero no a todos les parece algo positivo.
Por un lado, hay gente que ve las nuevas tecnologías y va enseguida a comprar los últimos modelos: el IPhone 15, el patinete profesional 3000, un robot de cocina al que sólo tienes que meter los ingredientes, un controlador bluetooth que te controla toda la casa desde el móvil, y un sinfín de inventos más. Desde algo tan simple como que Siri te ponga una alarma, hasta una IA que copie para ti una ilustración que, encargada como es debido, costaría 50 euros o más. Y la gente va a comprar estos productos como si su vida dependiera de ello, como si se les fuesen a caer las manos por cortar un pimiento o las piernas por usar un interruptor.
Por otro lado, sin embargo, hay personas con dos dedos de frente, que se dan cuenta de que somos personas, y que todos esos inventos están muy bien, pero no hacen nada que nosotros no podamos (este artículo está dirigido a personas sin discapacidades), eso sí, con la incomodidad de no estar todo el día en el sofá sin mover un dedo, ¡y que luego no sepamos porqué estamos desanimados! Es normal, quién no se desanimaría si su día a día fuese pedirle a Siri, Cortana o Alexa que haga su trabajo, le cocine y le cante una nana para así tener más dinero con el que comprarle una ampliación que también le permita ducharle y pensar por él.
En conclusión, las tecnologías pueden parecer ser geniales y que te facilitan la vida, pero tan solo están haciendo que en el futuro tengamos un destino digno de Matrix, todo el día en cama con una IA que lo haga todo por ti.