Desde sus inicios, el ser humano ha necesitado trasladarse de un sitio a otro por varias razones como refugio o nuevas zonas de caza. El hombre, por su supervivencia, siempre ha recurrido al cambio de hábitat para renovar suministros y mejorar sus condiciones de vida, pero en nuestra sociedad actual el humano ha dejado de ser un nómada sin una casa fija, lo cual ha conllevado a la creación de las viviendas fijas las cuales llamamos hogar y utilizamos como referente para medir la lejanía de nuestros viajes. Definiéndose así, el viajar como la visita a un lugar alejado de nuestras casas, donde podemos descubrir nuevas costumbres y paisajes a los que somos totalmente ajenos.
Por un lado, el viajar nos introduce valores y habilidades que nos ayudarán a gestionar nuestro día a día con más autonomía, pues al encontrarnos en un entorno distinto al habitual, muchas personas suelen mantenerse alerta por un primitivo sentido de supervivencia, por lo que se sentirá más preocupado y atento por satisfacer sus necesidades básicas, como su propia alimentación, higiene o la administración de su tiempo en las actividades propias de un viaje.
Por otro lado, esta experiencia proporciona un crecimiento personal en la mayoría de los casos, pero, desgraciadamente, con la masiva entrada de información gracias a las redes sociales los jóvenes no creen necesitar viajar al ya haber leído o visto documentales y artículos sobre la zona. Este descubrimiento premeditado conlleva a una desaparición de la verdadera esencia de viajar, cortando la posibilidad de aprender por sí mismos las innovadoras facetas ocultas del mundo y de uno mismo.
En definitiva, el viajar es fundamental en nuestro crecimiento personal, nos ayuda a desarrollarnos en distintas situaciones y ambientes, obligándonos a salir de nuestra zona de confort y descubrir por carne propia la experiencia que el viajar nos da.